En todos los lugares donde dejé de ser yo para encajar, en los espacios donde me ahorré mis palabras para no recibir miradas punzantes, donde me tocó restarme poder para no lastimar oídos y ojos, evitar miradas, cuidar mi paz y tranquilidad como frijolito en algodón.
Si tuviera que elegir un súper poder sería, escribir sin que me duela la mano. Escribir sin parar, lo que pienso; lo que siento, lo que sueño, lo que anhelo, el mar de posibilidades que en mi mente habita, sabiendo que todo es posible para mi.
Mi lugar seguro, mi hogar, mi espacio mágico, el mapa para regresar a mi, una y otra y otra vez, porque abrir ventanas usando páginas en blanco es lo que mejor sé hacer desde el 2008. O al menos eso recuerdo.
Libretas de todos los tamaños, colores, llenas de historias me respaldan.
Escribir es como darme un abrazo, una palmadita en la espalda y un beso en la frente.
Escribir es la mejor decisión que tomo todos los días para encontrarme, para abrazarme y recordarme para que estoy aquí. Escribir me abrió los ojos frente a mi verdad, me regaló mil verdades más con sabor amargo y dulce.
Escribir me regaló infinitas posibilidades, me regaló un hogar, un abrazo fuerte, me regaló los mejores recuerdos y momentos increíbles, bien por ahí dicen que recordar es volver a vivir. Y aunque muchas veces mientras escribía; lágrimas rodaban por mis mejillas, me atreví a reconocerme, me atreví a ver hacía dentro y a prometerme no abandonarme nunca más.
Escribir me ha regalado millones de letras convertidas en posibilidades, en suspiros, en abrazos gentiles y acogedores, en potencia, en expansión.
Escribir ha sido la gasolina que me brinda enfoque, visión y convicción para seguir habitando mis sueños.
Escribo mucho, hablo mucho, porqué tengo mucho que contar, que decir y que escribir.
Lo siento mucho todo y esto no es una disculpa.
Hojas en blanco llenas de sueños, anhelos y esperanzas que tienen la certeza que todo es posible.